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Hace un
tiempo atrás les había dejado la inquietud de revelarles si Daniel Adrián
Madeiro existe o no; si se trataba de un realidad indiscutible o de una
invención o, mejor dicho, de una convención que les permite relacionarse
conmigo, de interactuar.
Esta reflexión
resultará algo compleja y, doy por seguro, será insuficiente desde la
perspectiva de aquellos que esperan una exposición con calidad filosófica.
Pero,
salvando las mediocridades de mi explicación, me parece que revelar quien soy
en realidad les permitirá verme de otra manera y, a la vez, plantearse su
propia identidad, quienes son Ustedes verdaderamente.
* * *
Presumo que
fui gestado alrededor del mes de Octubre de 1956. Luego, nací en Junio del 57,
sin completarse los nueve meses de gestación.
Mi nombre
iba a ser Adrián Daniel, pero una partera entendió que el orden inverso: Daniel
Adrián tenía mejor sonoridad y así quedé asentado en la libreta de nacimiento.
Una forma
de ver las cosas es ponerse frente al espejo y decirse: Hola, Daniel Adrián.
Otra es
reconocer que ese nombre es un hecho meramente arbitrario y, porque no, irreal.
¿Tenía yo
un nombre en el vientre de mi madre?
En el
mismísimo momento de la gestación, cuando era una célula para luego ser dos y
así de seguido, ¿quién era yo?
Y si en
lugar de Daniel Adrián me hubiesen llamado: José, Carlos, Ignacio, Evaristo,
¿yo no sería yo?
Hasta allí
me parece claro que un nombre no es yo.
Todos
concordarán conmigo que el número de documento no son Ustedes, es sólo un
número que los identifica y codifica entre los muchos otros ciudadanos del
mundo. Ustedes, no son ese número y lo saben bien.
Pongamos
ahora por caso que en lugar de un nombre al nacer, fuera la costumbre llamarnos
por un número único.
Valdría la
misma conclusión.
Podríamos
imaginar también que el documento estuviera referenciado a un nombre único en
lugar de números y... sería la misma historia.
Hasta aquí,
al menos yo, tengo claro que no soy realmente Daniel Adrián Madeiro del mismo
modo que no soy mi número de identidad.
Ambas cosas
podrían ser distintas de las que son y hasta inversamente aplicadas a mi
persona sin que ello altere la realidad de que YO no soy un nombre ni un
número.
Esos son
elementos que se adicionan a mi ser para su desenvolvimiento en este mundo, del
mismo modo que una visa nos permite acceder a otros países.
Ahora me
parece que podemos ir algo más lejos.
Tomemos un
espejo.
Vemos
reflejada a una persona que, a fuerza de repetición, concluimos que somos
nosotros.
¿Somos
nosotros o es la imagen de un envase material desde el que nosotros nos
desenvolvemos?
Sabemos
claramente que no somos el auto que manejamos pero, cuando se trata de nuestro
cuerpo las cosas cambian. ¿Por qué?
Volvamos al
espejo. Ahí nos encontramos con alguien que identificamos con YO.
Hagamos un
gran esfuerzo y busquemos cambiar ese rostro por uno con una piel de color
distinto; cambiemos también los ojos, el ancho de la nariz, el grosor de los
labios, el largo, textura y color del cabello.
Si lo logramos
podremos sentir cierto temor pero, si nos sobreponemos al cambio, podremos
darnos cuenta que somos nosotros pero, ahora, en otro envase.
Imaginemos
tener un sexo opuesto al que tenemos. Y seguiremos siendo nosotros.
Y hay una
sola razón para que esto sea así: YO no es el nombre que tenemos, ni el número
de nuestro documento, ni el hombre o mujer que vemos en el espejo.
YO es el
ser real que, más allá de nuestra apariencia física y sus adornos, se encuentra
ahora transitando esta experiencia en el mundo.
¿Vendremos
de otras experiencias en otros lugares?
¿Iremos
hacia otras experiencias?
La ciencia
nos cuenta que somos átomos en constante e infinito movimiento, ondas de luz,
seres formados con el polvo del universo.
Pero esto
quizá sólo refiera a lo material que somos y no a nosotros mismos, a nuestro
YO.
Mientras
tanto, para mi algo es seguro: Somos muy diferentes de lo que vemos en el
espejo, algo superior a nuestras experiencias materiales.
Con este
cuerpo o con otros, quizá hasta sin ningún cuerpo, YO seguiría siendo YO.
¿Cómo me
imaginará un ciego?
¿Cómo me
verá DIOS?
Daniel Adrián
Madeiro (por darle un nombre)
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Madeiro.
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