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¡Inteligencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!
¡Inteligencia, dame! – Juan Ramón Jiménez
He decidido darle un nombre al
conjunto de mis trabajos literarios.
Más que un nombre lo apropiado es
decir que concebí un término que define su sentido creativo, su razón de ser.
Dirán muchos que cada una de mis obras, tal como yo mismo
sé, puede encuadrarse en tal o cual género literario; unos son cuentos, otros
ensayos, críticas, poemas, artículos, etc.
Eso que “son” desde el
punto de vista precedente, es lo que seguirán siendo.
Yo me refiero a una circunstancia
más profunda, menos superficial que el mero hecho de que su estructura responda
a alguna forma preestablecida.
Estoy hablando del alma de mis
obras, de su función, de su fundamento ideológico, de su intención.
Encuentro en ellas, en su casi
totalidad, en especial en la prosa, que todas guardan interés por analizar la
realidad y colegir de ese análisis un resultado que merezca el ulterior
esfuerzo del lector por avanzar en la dirección, las pistas o las propuestas
que trato.
Digamos que mis poemas, mis
cuentos, mis ensayos, etc., no transitan el camino de lo estético como
prioridad sino la ruta de una invitación a la labor intelectiva del lector.
Pretendo que cada lectura provoque un redescubrimiento de
lo conocido, un reconocimiento de lo que voluntariamente enviamos al baúl del
inconsciente, una duda que movilice nuestra dormida capacidad de ir más allá,
una cuestión a resolver.
Hay, en cada uno de mis trabajos,
una “intención consciente” de suscitar esas reacciones. Esto sería una
actividad en la cual, por medio de las letras (del latín “littera”),
propongo avanzar en la revisión o descubrimiento de un saber o conocimiento
(del griego “sophia”) a veces oculto, otras dormido, irresuelto o
postergado.
Es verdad que de la obra de
muchos autores pueden extraerse resultados similares; muchos pueden inclinarnos,
por sus palabras, a pensar sobre su contenido.
Pero debo reiterar que la
diferencia estriba en la intencionalidad del escrito; en esta utilización de
las letras buscando la reflexión.
Todos sabemos que de cualquier
creación humana, no sólo la literatura, podemos obtener diversas enseñanzas.
Eso no significa que sus hacedores hayan elaborado las mismas teniendo en la
mira ese objetivo.
En el arte en particular, es
posible ver con bastante claridad el “ser”, el “interior” de cada
autor o creador. Luego, por esto, podemos aprender de él y su obra. Pero se
trata de un acto involuntario del autor. Él pudo haberse movilizado
exclusivamente por un interés estético (esto es moneda corriente) y lo que
viene más allá de ello es el fruto de una actividad ajena a él y sus
intenciones.
En mi caso siempre hay intención;
y siempre es la misma: LITTERASOPHÍA.
Daniel Adrián
Madeiro
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© Daniel Adrián Madeiro.
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