lunes, 11 de febrero de 2013

LITTERASOPHÍA

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¡Inteligencia, dame
el nombre exacto, y tuyo,
y suyo, y mío, de las cosas!

¡Inteligencia, dame! – Juan Ramón Jiménez

He decidido darle un nombre al conjunto de mis trabajos literarios.
Más que un nombre lo apropiado es decir que concebí un término que define su sentido creativo, su razón de ser.
Dirán muchos que cada una de mis obras, tal como yo mismo sé, puede encuadrarse en tal o cual género literario; unos son cuentos, otros ensayos, críticas, poemas, artículos, etc.
Eso que “son” desde el punto de vista precedente, es lo que seguirán siendo.
Yo me refiero a una circunstancia más profunda, menos superficial que el mero hecho de que su estructura responda a alguna forma preestablecida.
Estoy hablando del alma de mis obras, de su función, de su fundamento ideológico, de su intención.
Encuentro en ellas, en su casi totalidad, en especial en la prosa, que todas guardan interés por analizar la realidad y colegir de ese análisis un resultado que merezca el ulterior esfuerzo del lector por avanzar en la dirección, las pistas o las propuestas que trato.
Digamos que mis poemas, mis cuentos, mis ensayos, etc., no transitan el camino de lo estético como prioridad sino la ruta de una invitación a la labor intelectiva del lector.
Pretendo que cada lectura provoque un redescubrimiento de lo conocido, un reconocimiento de lo que voluntariamente enviamos al baúl del inconsciente, una duda que movilice nuestra dormida capacidad de ir más allá, una cuestión a resolver.
Hay, en cada uno de mis trabajos, una “intención consciente” de suscitar esas reacciones. Esto sería una actividad en la cual, por medio de las letras (del latín “littera”), propongo avanzar en la revisión o descubrimiento de un saber o conocimiento (del griego “sophia”) a veces oculto, otras dormido, irresuelto o postergado.
Es verdad que de la obra de muchos autores pueden extraerse resultados similares; muchos pueden inclinarnos, por sus palabras, a pensar sobre su contenido.
Pero debo reiterar que la diferencia estriba en la intencionalidad del escrito; en esta utilización de las letras buscando la reflexión.
Todos sabemos que de cualquier creación humana, no sólo la literatura, podemos obtener diversas enseñanzas. Eso no significa que sus hacedores hayan elaborado las mismas teniendo en la mira  ese objetivo.
En el arte en particular, es posible ver con bastante claridad el “ser”, el “interior” de cada autor o creador. Luego, por esto, podemos aprender de él y su obra. Pero se trata de un acto involuntario del autor. Él pudo haberse movilizado exclusivamente por un interés estético (esto es moneda corriente) y lo que viene más allá de ello es el fruto de una actividad ajena a él y sus intenciones.
En mi caso siempre hay intención; y siempre es la misma: LITTERASOPHÍA.

Daniel  Adrián  Madeiro

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