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...nos creemos seguros de esas multiformes “verdades”
de la experiencia de la vida, del actuar, investigar,
crear y creer.
Nosotros mismos defendemos
lo “obvio” contra cualquier pretensión
de ponerlo en tela de juicio y cuestionarlo”.
De la esencia de la verdad – Martín Heidegger
Voy a exponer mi percepción con
respecto a la idea de la libertad. Para ser más preciso: qué es lo que pienso
sobre lo que se ha dado en llamar “libre albedrío”.
Las preguntas usuales que sirven
como antesala a este tipo de exploración intelectual suelen ser: ¿Es libre el
hombre?. ¿Existe efectivamente el libre arbitrio?. Por el contrario,
¿Existe el hado?; ¿Está escrito nuestro destino?.
Al hablar de “libre albedrío”
entendemos la potestad de obrar por reflexión y elección. Se desprende de ello
que el hombre es un ser libre, que elige sus propios pasos conforme su propia
evaluación sobre lo que desea o considera más conveniente para sí mismo.
Sirva esta breve introducción para pasar de lleno al
desarrollo de este tema.
Un punto de partida para deliberar sobre este asunto, está
vinculado a la existencia de DIOS y en particular a uno de sus atributos.
Entre las cualidades divinas,
dentro de la filosofía occidental, se encuentra la omnisciencia, esto
significa: el conocimiento de todas las cosas reales y posibles.
Para algunos, este atributo
presenta un problema respecto del “libre albedrío”. Ello surge de la
pregunta: Si DIOS sabe todas las cosas, sabe también el porvenir del hombre.
Entonces, si conoce el futuro de cada ser: ¿Es libre el hombre siendo que su
hacer será siempre aquel que la mente de DIOS ya conoce anticipadamente?.
Así, la omnisciencia echaría por tierra la libertad
humana.
Con intención de desdibujar esta
elocuente conclusión, algunos pensadores pretenden mostrar a DIOS como alejado,
por propia voluntad, de su capacidad de conocer todo futuro.
Sin embargo, la existencia de
esta facultad, refrenada o no, pone al desnudo la falta de libertad de acción.
La posibilidad de conocer con
absoluta certeza todos los acontecimientos futuros, cualidad aceptable en un
ser por encima de todos los seres al que llamamos DIOS, hace razonable entender
en Él la potestad de saber el principio, medio y fin de cada individuo.
Esta divina certeza la
encontramos en textos como la Biblia donde se atribuye a DIOS la capacidad de
transmitir a determinados individuos llamados profetas, acontecimientos que
tendrán lugar en el futuro.
El crédito que se brinda a las
profecías, no es exclusivo de occidente; también se encuentra en las religiones
orientales y acompaña al hombre desde la antigüedad, mostrándonos una marcada
aceptación sobre la capacidad suprema de la inteligencia divina.
Así, y dando valor de verdad a la
existencia de un ser al que llamamos DIOS, con las características que para
nuestra visión le serían propias, entre las que incluimos la omnisciencia, es
lícito suponer que Él conoce todo sobre nosotros. De ese modo puede conocer
desde el embrión, y aun mucho antes que ello, nuestras características físicas,
químicas, psicológicas, etc. Teniendo presente el alcance ilimitado de este
atributo, que implicaría igual conocimiento sobre todos los entes del universo,
esto supondría la capacidad de prever la interrelación de cada individuo con
otra persona, cosa o circunstancia.
DIOS podría saberlo todo, hasta
el mínimo detalle.
Desde esta perspectiva, todo
parece señalar la inexistencia del “libre albedrío”
¿Qué aportar para aquellos que se
manifiestan ateos o agnósticos?.
Sabemos que se habla sobre la
omnisciencia como una facultad inherente a DIOS.
Si bien en la actualidad no
podemos señalar un hecho concreto que muestre una capacidad humana similar, sí
observamos elementos que afirman la sospecha de estar hablando de algo
verosímil dentro de la esfera de nuestra inteligencia.
Veamos.
Pronto, el campeón ruso de
ajedrez Garry Kasparov, se enfrentará contra un programa computarizado de dicho
juego llamado Fritz que marcha sobre un servidor Xeon de cuatro procesadores.
Es capaz de evaluar tres millones de movidas por segundo. Algo insospechado
hace decenios atrás.
Es habitual entre los jugadores
profesionales de ajedrez prever un significativo número de movidas posibles del
rival junto a la propia respuesta para cada una de ellas. Un elevado grado de
eficacia en el manejo de esta materia les permite conocer todas las
combinaciones posibles que se derivarán del movimiento de los trebejos sobre el
tablero.
No son pocos los que ven en el
ajedrez, tal como lo pintó el escritor Jorge Luis Borges, un símbolo del
universo y de nuestra existencia en él.
Lo cierto es que la capacidad
puesta de manifiesto por los ajedrecistas como así también el alto grado de
desarrollo de las computadoras, en general, permiten entender la racionalidad
que encierra el pensar que es posible pronosticar acontecimientos futuros, si
disponemos de todos los elementos necesarios para ello.
Sin duda las computadoras son una
de las muestras actuales más eficaces respecto de la posibilidad de predecir el
futuro, en tanto que este sería el resultado de una serie de acontecimientos
que responden a una lógica. Cuando digo “lógica” se encuadra en ello
todo acontecimiento posible aunque su factibilidad sea excepcional o fuera de
lo “razonable”.
Un ejemplo son los ordenadores que viajan en las sondas
espaciales con destino a recorrer el universo. ¿Por qué?. Porque el tiempo de
comunicación entre las naves en cuestión y el centro de control que recibe sus
informes en la Tierra, se acrecienta en la medida que aumenta la distancia
entre ambas. Sabemos que una comunicación telefónica entre dos personas que
viven cerca no presenta dificultades que si se hacen manifiestas entre otras
dos residentes en lugares distantes a miles de kilómetros. Bien. Esta situación
se potencia enormemente para las transmisiones desde y hacia naves espaciales.
Por dicho motivo se diseñaron
computadoras “inteligentes” que, imposibilitadas de esperar una orden
humana que podría demorar horas o días, evalúan en cuestión de segundos o
minutos un cuadro de situación, elaborando la respuesta.
Ellas no adivinan. Ellas evalúan
un conjunto de datos que les permiten establecer una respuesta apropiada ante
el futuro.
Pero aun hay otros avances en el
campo tecnológico y científico del último siglo que avalan la verosimilitud de
que si contáramos con una capacidad global, simultánea y minuciosa de análisis
de los sucesos, todo futuro podría ser conocido.
Escuchamos decir que sería
posible viajar en el tiempo hacia el futuro con la tecnología adecuada; Que el
trazado definitivo del mapa del genoma humano permitirá el conocimiento de la
constitución genética de cada individuo lo que implica acceder a un mayor
detalle sobre los fenómenos bioquímicos básicos que sustentan la vida; Es
materia de interés para los países más desarrollados contar con personas que
realicen adecuadamente funciones de futurología, estudio que permite establecer
sobre base científica el futuro previsible.
Todo esto muestra que la
humanidad va sumando una capacidad antes desconocida de anticiparse al futuro.
Hasta en la vida de todos los
días a veces podemos comprender cuan posible es saber lo que va a pasar.
Ante una situación dramática u
otra plena de felicidad, decimos que acabará mal o bien respectivamente. Lo
hacemos porque atamos de manera adecuada las causas y efectos que las componen
y, luego, resulta generalmente sencillo dar el resultado final. Cuando fallamos
en el pronóstico es debido a una excepción que no contabilizamos en nuestro
análisis. Y no lo hicimos porque no tuvimos todos los datos que, de haberlos
tenido, nos hubieran permitido aportar el resultado exacto.
Ahora quiero, valiéndome de la presente exposición, revelar mi pensar sobre la razón que da
existencia, precisamente, a este escrito.
Yo observo que el mismo no es
fruto del “azar” ni un “hecho premeditado”.
Con estos términos estoy
descartando su existencia como mero resultado casual y a la vez invalidando la
idea de que una supuesta libertad de elección haya sido la causal que me llevó
a su elaboración.
Este ensayo no es fruto del azar
en cuanto surge de un proceso previsible si se toma nota de las diversas
lecturas, observaciones y reflexiones que, en distintas circunstancias de mi vida,
me incitaron a pensar con anterioridad sobre este tema sin que llegara a
exponerlo en forma escrita. Por este mecanismo, dejó de ser fruto del azar para
convertirse en el efecto de determinadas causas preexistentes.
Tampoco es premeditado porque no
nace de una programación personal con origen “consciente” en un punto
que yo hubiera preestablecido para luego arribar hasta su actual estado de
existencia como texto.
De alguna manera entiendo que el
presente ensayo es en realidad: un “accidente”, un “caso fortuito”.
Yo me encuentro escribiendo este
conjunto de reflexiones sobre el “libre albedrío” sin haberlo
determinado en forma independiente, sin siquiera sospecharlo en el pasado como
una posibilidad firme a desarrollar.
Es un suceso repentino.
Cuando llego a este punto en el
que parece que soy yo quien decide escribirlo, son finalmente un conglomerado
de causas y efectos concretos, prolijos e imperceptibles de mi pasado las que
me ordenan: -¡Escribe!-, sin que yo pueda eludir el mandato.
Este acto de estar escribiéndolo
me causa la ilusoria sensación de que se trata de algo que surge
voluntariamente de mi deseo de llevar al papel lo que alguna vez apenas delinee
en forma abstracta y despreocupada.
Pero veo que se hace evidente que
este texto es el efecto de una causa o cadena de causas anteriores, que lo
excluyen del azar y de la premeditación. Al mismo tiempo, y por estas razones,
este escrito me descarta a mí mismo de ser aquel que decidió libremente
escribirlo. Las causas que lo motivaron son sus verdaderas hacedoras y yo tan
sólo una pieza que, incontrovertiblemente, cumplirá con su rol de ponerlo de
manifiesto así como otros cumplirán el suyo de darlo a conocer o participar
como lectores del mismo, etc.
De la exposición precedente sobre
la existencia de estos elementos generadores del presente ensayo, podemos
apreciar que el llamado “libre albedrío” sería en realidad una mirada
ilusoria frente a una cadena de causas y efectos que presentan una
vertiginosidad de la que no solemos tener conciencia.
Nos escuchamos decir como
sorprendidos al mirar el crecimiento de nuestros hijos desde su infancia a la
mocedad: -¡Qué rápido pasa el tiempo!-, y en ese “tiempo”
transcurrido al que hacemos mención, pasan millones de cosas en nosotros y en
nuestro entorno.
Estas imperceptibles secuencias
de causas y efectos nos revisten, en cada tramo de nuestra existencia, con una
sensación de libertad o autodeterminación de la que en realidad carecemos.
Desprovistos de una capacidad
analítica que nos permita arribar desde una perfecta inspección retrospectiva a
la comprensión de la correlación existente en los sucesos propios y ajenos
vistos en forma global, cada hecho del presente nos resulta el fruto de una
elección voluntaria.
Con facilidad nos damos cuenta de
que no deseamos cumplir con determinadas obligaciones que, sin embargo, se nos
impone efectuar (estudiar, trabajar); pero penetrar en la visión de nuestra
sujeción ineludible a las leyes de causa y efecto que regulan la totalidad del
universo es un hecho mucho menos visible y hasta indeseable de reconocer.
¿Podrá parecer sin sentido la
vida si la evaluamos desde esta perspectiva de la inexistencia del llamado “libre
albedrío”?; ¿Nos reconoceremos como meros elementos esclavos de una ley
universal que sujeta y moldea todos los caminos?.
¡Quién sabe!.
Quizá, atados como estamos al
deseo de ser felices, nos olvidaremos de un tema que, inteligentemente, con
toda facilidad, sabremos tornar ajeno a nuestro interés.
Daniel Adrián
Madeiro
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