lunes, 11 de febrero de 2013

SOBRE EL LIBRE ALBEDRIO

Foto Google


...nos creemos seguros de esas multiformes “verdades”
de la experiencia de la vida, del actuar, investigar,
crear y creer.  Nosotros mismos defendemos
lo “obvio” contra cualquier pretensión
de ponerlo en tela de juicio y cuestionarlo”.

De la esencia de la verdad – Martín Heidegger

Voy a exponer mi percepción con respecto a la idea de la libertad. Para ser más preciso: qué es lo que pienso sobre lo que se ha dado en llamar “libre albedrío”.
Las preguntas usuales que sirven como antesala a este tipo de exploración intelectual suelen ser: ¿Es libre el hombre?. ¿Existe efectivamente el libre arbitrio?. Por el contrario, ¿Existe el hado?; ¿Está escrito nuestro destino?.
Al hablar de “libre albedrío” entendemos la potestad de obrar por reflexión y elección. Se desprende de ello que el hombre es un ser libre, que elige sus propios pasos conforme su propia evaluación sobre lo que desea o considera más conveniente para sí mismo.
Sirva esta breve introducción para pasar de lleno al desarrollo de este tema.

Un punto de partida para deliberar sobre este asunto, está vinculado a la existencia de DIOS y en particular a uno de sus atributos.
Entre las cualidades divinas, dentro de la filosofía occidental, se encuentra la omnisciencia, esto significa: el conocimiento de todas las cosas reales y posibles.
Para algunos, este atributo presenta un problema respecto del “libre albedrío”. Ello surge de la pregunta: Si DIOS sabe todas las cosas, sabe también el porvenir del hombre. Entonces, si conoce el futuro de cada ser: ¿Es libre el hombre siendo que su hacer será siempre aquel que la mente de DIOS ya conoce anticipadamente?.
Así, la omnisciencia echaría por tierra la libertad humana.
Con intención de desdibujar esta elocuente conclusión, algunos pensadores pretenden mostrar a DIOS como alejado, por propia voluntad, de su capacidad de conocer todo futuro.
Sin embargo, la existencia de esta facultad, refrenada o no, pone al desnudo la falta de libertad de acción.
La posibilidad de conocer con absoluta certeza todos los acontecimientos futuros, cualidad aceptable en un ser por encima de todos los seres al que llamamos DIOS, hace razonable entender en Él la potestad de saber el principio, medio y fin de cada individuo.
Esta divina certeza la encontramos en textos como la Biblia donde se atribuye a DIOS la capacidad de transmitir a determinados individuos llamados profetas, acontecimientos que tendrán lugar en el futuro.
El crédito que se brinda a las profecías, no es exclusivo de occidente; también se encuentra en las religiones orientales y acompaña al hombre desde la antigüedad, mostrándonos una marcada aceptación sobre la capacidad suprema de la inteligencia divina.
Así, y dando valor de verdad a la existencia de un ser al que llamamos DIOS, con las características que para nuestra visión le serían propias, entre las que incluimos la omnisciencia, es lícito suponer que Él conoce todo sobre nosotros. De ese modo puede conocer desde el embrión, y aun mucho antes que ello, nuestras características físicas, químicas, psicológicas, etc. Teniendo presente el alcance ilimitado de este atributo, que implicaría igual conocimiento sobre todos los entes del universo, esto supondría la capacidad de prever la interrelación de cada individuo con otra persona, cosa o circunstancia.
DIOS podría saberlo todo, hasta el mínimo detalle.
Desde esta perspectiva, todo parece señalar la inexistencia del “libre albedrío


¿Qué aportar para aquellos que se manifiestan ateos o agnósticos?.
Sabemos que se habla sobre la omnisciencia como una facultad inherente a DIOS.
Si bien en la actualidad no podemos señalar un hecho concreto que muestre una capacidad humana similar, sí observamos elementos que afirman la sospecha de estar hablando de algo verosímil dentro de la esfera de nuestra inteligencia.
Veamos.
Pronto, el campeón ruso de ajedrez Garry Kasparov, se enfrentará contra un programa computarizado de dicho juego llamado Fritz que marcha sobre un servidor Xeon de cuatro procesadores. Es capaz de evaluar tres millones de movidas por segundo. Algo insospechado hace decenios atrás.
Es habitual entre los jugadores profesionales de ajedrez prever un significativo número de movidas posibles del rival junto a la propia respuesta para cada una de ellas. Un elevado grado de eficacia en el manejo de esta materia les permite conocer todas las combinaciones posibles que se derivarán del movimiento de los trebejos sobre el tablero.
No son pocos los que ven en el ajedrez, tal como lo pintó el escritor Jorge Luis Borges, un símbolo del universo y de nuestra existencia en él.
Lo cierto es que la capacidad puesta de manifiesto por los ajedrecistas como así también el alto grado de desarrollo de las computadoras, en general, permiten entender la racionalidad que encierra el pensar que es posible pronosticar acontecimientos futuros, si disponemos de todos los elementos necesarios para ello.
Sin duda las computadoras son una de las muestras actuales más eficaces respecto de la posibilidad de predecir el futuro, en tanto que este sería el resultado de una serie de acontecimientos que responden a una lógica. Cuando digo “lógica” se encuadra en ello todo acontecimiento posible aunque su factibilidad sea excepcional o fuera de lo “razonable”.
Un ejemplo son los ordenadores que viajan en las sondas espaciales con destino a recorrer el universo. ¿Por qué?. Porque el tiempo de comunicación entre las naves en cuestión y el centro de control que recibe sus informes en la Tierra, se acrecienta en la medida que aumenta la distancia entre ambas. Sabemos que una comunicación telefónica entre dos personas que viven cerca no presenta dificultades que si se hacen manifiestas entre otras dos residentes en lugares distantes a miles de kilómetros. Bien. Esta situación se potencia enormemente para las transmisiones desde y hacia naves espaciales.
Por dicho motivo se diseñaron computadoras “inteligentes” que, imposibilitadas de esperar una orden humana que podría demorar horas o días, evalúan en cuestión de segundos o minutos un cuadro de situación, elaborando la respuesta.
Ellas no adivinan. Ellas evalúan un conjunto de datos que les permiten establecer una respuesta apropiada ante el futuro.
Pero aun hay otros avances en el campo tecnológico y científico del último siglo que avalan la verosimilitud de que si contáramos con una capacidad global, simultánea y minuciosa de análisis de los sucesos, todo futuro podría ser conocido.
Escuchamos decir que sería posible viajar en el tiempo hacia el futuro con la tecnología adecuada; Que el trazado definitivo del mapa del genoma humano permitirá el conocimiento de la constitución genética de cada individuo lo que implica acceder a un mayor detalle sobre los fenómenos bioquímicos básicos que sustentan la vida; Es materia de interés para los países más desarrollados contar con personas que realicen adecuadamente funciones de futurología, estudio que permite establecer sobre base científica el futuro previsible.
Todo esto muestra que la humanidad va sumando una capacidad antes desconocida de anticiparse al futuro.
Hasta en la vida de todos los días a veces podemos comprender cuan posible es saber lo que va a pasar.
Ante una situación dramática u otra plena de felicidad, decimos que acabará mal o bien respectivamente. Lo hacemos porque atamos de manera adecuada las causas y efectos que las componen y, luego, resulta generalmente sencillo dar el resultado final. Cuando fallamos en el pronóstico es debido a una excepción que no contabilizamos en nuestro análisis. Y no lo hicimos porque no tuvimos todos los datos que, de haberlos tenido, nos hubieran permitido aportar el resultado exacto.

Ahora quiero, valiéndome de la presente exposición,  revelar mi pensar sobre la razón que da existencia, precisamente, a este escrito.
Yo observo que el mismo no es fruto del “azar” ni un “hecho premeditado”.
Con estos términos estoy descartando su existencia como mero resultado casual y a la vez invalidando la idea de que una supuesta libertad de elección haya sido la causal que me llevó a su elaboración.
Este ensayo no es fruto del azar en cuanto surge de un proceso previsible si se toma nota de las diversas lecturas, observaciones y reflexiones que, en distintas circunstancias de mi vida, me incitaron a pensar con anterioridad sobre este tema sin que llegara a exponerlo en forma escrita. Por este mecanismo, dejó de ser fruto del azar para convertirse en el efecto de determinadas causas preexistentes.
Tampoco es premeditado porque no nace de una programación personal con origen “consciente” en un punto que yo hubiera preestablecido para luego arribar hasta su actual estado de existencia como texto.
De alguna manera entiendo que el presente ensayo es en realidad: un “accidente”, un “caso fortuito”.
Yo me encuentro escribiendo este conjunto de reflexiones sobre el “libre albedrío” sin haberlo determinado en forma independiente, sin siquiera sospecharlo en el pasado como una posibilidad firme a desarrollar.
Es un suceso repentino.
Cuando llego a este punto en el que parece que soy yo quien decide escribirlo, son finalmente un conglomerado de causas y efectos concretos, prolijos e imperceptibles de mi pasado las que me ordenan: -¡Escribe!-, sin que yo pueda eludir el mandato.
Este acto de estar escribiéndolo me causa la ilusoria sensación de que se trata de algo que surge voluntariamente de mi deseo de llevar al papel lo que alguna vez apenas delinee en forma abstracta y despreocupada.
Pero veo que se hace evidente que este texto es el efecto de una causa o cadena de causas anteriores, que lo excluyen del azar y de la premeditación. Al mismo tiempo, y por estas razones, este escrito me descarta a mí mismo de ser aquel que decidió libremente escribirlo. Las causas que lo motivaron son sus verdaderas hacedoras y yo tan sólo una pieza que, incontrovertiblemente, cumplirá con su rol de ponerlo de manifiesto así como otros cumplirán el suyo de darlo a conocer o participar como lectores del mismo, etc.
De la exposición precedente sobre la existencia de estos elementos generadores del presente ensayo, podemos apreciar que el llamado “libre albedrío” sería en realidad una mirada ilusoria frente a una cadena de causas y efectos que presentan una vertiginosidad de la que no solemos tener conciencia.
Nos escuchamos decir como sorprendidos al mirar el crecimiento de nuestros hijos desde su infancia a la mocedad: -¡Qué rápido pasa el tiempo!-, y en ese “tiempo” transcurrido al que hacemos mención, pasan millones de cosas en nosotros y en nuestro entorno.
Estas imperceptibles secuencias de causas y efectos nos revisten, en cada tramo de nuestra existencia, con una sensación de libertad o autodeterminación de la que en realidad carecemos.
Desprovistos de una capacidad analítica que nos permita arribar desde una perfecta inspección retrospectiva a la comprensión de la correlación existente en los sucesos propios y ajenos vistos en forma global, cada hecho del presente nos resulta el fruto de una elección voluntaria.
Con facilidad nos damos cuenta de que no deseamos cumplir con determinadas obligaciones que, sin embargo, se nos impone efectuar (estudiar, trabajar); pero penetrar en la visión de nuestra sujeción ineludible a las leyes de causa y efecto que regulan la totalidad del universo es un hecho mucho menos visible y hasta indeseable de reconocer.

¿Podrá parecer sin sentido la vida si la evaluamos desde esta perspectiva de la inexistencia del llamado “libre albedrío”?; ¿Nos reconoceremos como meros elementos esclavos de una ley universal que sujeta y moldea todos los caminos?.
¡Quién sabe!.
Quizá, atados como estamos al deseo de ser felices, nos olvidaremos de un tema que, inteligentemente, con toda facilidad, sabremos tornar ajeno a nuestro interés.

Daniel  Adrián  Madeiro

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