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No será el miedo a la locura
lo que nos obligue a bajar
la bandera de la imaginación.
Primer manifiesto surrealista – André Breton
En este momento estoy
escribiendo. Al verme haciéndolo, considero un hecho indubitable que estoy
escribiendo.
Hace un rato, no más, me pasaba
lo mismo mientras cenaba con mi mujer y mis hijos.
Durante la ejecución de estos
actos y otros, una certeza de “realidad” me acompaña en cada acción en
la que me contemplo.
De este modo, visto así tan
superficialmente como acostumbramos todos a mirar la cotidianidad, nos sentimos
en condiciones de afirmar que eso que vemos es lo “real” que pasa o nos
pasa.
Una primera objeción se presenta
a mi mente: Cuando despierto de repente de un plácido sueño o de una turbulenta
pesadilla, también es patente el efecto de “realidad” que acompaña a
esos procesos oníricos. Entonces, el abrir los ojos resulta ser un despertar a
la duda de estar realmente despierto.
Otra forma de verlo es como lo
señala André Breton en la obra citada: “El hombre, al despertar, tiene la
falsa idea de emprender algo que vale la pena. Por esto el sueño queda relegado
al interior de un paréntesis, igual que la noche. Y, en general, el sueño,
igual que la noche, se considera irrelevante”.
¿Contendrán las horas de nuestra diaria estadía
despabilados ese espacio del tiempo que encierra la “realidad”? ó ¿Serán
los sueños los únicos momentos “reales” de nuestra existencia?.
Llamamos “mirada objetiva”
a aquella a la que le atribuimos el poder de referirse a lo que existe
realmente, libre de los prejuicios del observador.
Aseguramos ver las cosas tal cual
son. Y es verdad que una monumental cantidad de seres humanos ven, oyen,
sienten lo mismo.
Cuando surgen diferencias no
suelen ser sobre lo más básico (forma, color) sino de un carácter más personal,
vinculadas a los gustos o sensaciones del sujeto que observa.
Decimos que el durazno es
carnoso, rojo amarillento, redondo. Luego vienen las sensaciones, la
enunciación de elementos más o menos subjetivos: piel áspera o suave, gusto
sabroso o no, aspecto lindo o feo, etc.
Yo me pregunto si existirá una
forma de probar que el durazno tiene existencia real, y que yo soy el que soy,
y que mi entorno existe.
Parece una pregunta simple; hasta
puede resultar absurda. Pero no tiene respuesta definitiva. Se podrán aportar
diversos puntos de vista pero no una contestación que reúna todas las
condiciones necesarias para tornarla irrefutable en su contenido.
Sería una situación similar a que
DIOS se presentara frente a nosotros y nos dijera que es ÉL. ¿Qué elementos
probatorios podría aducir?. Aun el mayor milagro pudiera interpretarse como una
potestad aceptable en un ser provisto de una tecnología enormemente mayor a la
nuestra y no vinculante a la naturaleza de un dios. No habría forma de
demostración posible.
De alguna manera, sin quererlo,
estoy también dando a conocer porque no creo que DIOS se contacte con nosotros.
Sin embargo, creo en DIOS.
Sucede que: si pongo
absolutamente todo en duda, la duda será la sustancia inherente a toda
respuesta posible.
La pregunta propuesta (¿Existe el
durazno, yo, el entorno?) y la imposibilidad de responderla, sirven para
advertir otra situación: Eso que llamamos “realidad” es el fruto de una tácita
convención. Todos estamos de acuerdo, “convenimos”, en que todas nuestras
percepciones personales sobre el entorno y sobre nuestro propio sentir
interior, confrontadas a las de nuestros congéneres y resultando coincidentes
entre sí, son la “realidad”.
Cuando alguien sale fuera de esa
“convención”, cuando su visión de la “realidad” no es coincidente
con el modelo predeterminado, al individuo en cuestión se lo reputa como alienado,
alguien que perdió la razón, que no sabe o no puede “pensar y deducir
adecuadamente la verdad”. Entonces se procede a separarlo de la comunidad.
De esta manera se protege lo establecido mayoritariamente como “real” y
se mantiene su valor de “verdad”.
La regla es: Todos nosotros hemos
coincidido sobre la “realidad” y definido qué es lo “real”.
Puede que la “realidad”
sea, efectivamente, ese conjunto de percepciones que acompañan la vida de todos
los días mientras nos encontramos despiertos y concientes.
Sin embargo, quizá
inadvertidamente, lo más real en nuestra vida, aquello que la empuja a apuntar
a un blanco futuro, que gravita y moldea nuestro porvenir desde cada segundo
del mismísimo presente, son los sueños.
Toda nuestra vida es sueños y
sólo sueños.
Sueñan los niños con ser mayores,
los ancianos con volver a ser niños, los enfermos con curarse, los jóvenes con
ser correspondidos por la persona que desean, el artista con el éxito, el
profesional con el reconocimiento, el optimista con que todo saldrá bien, el
desahuciado con un final inmediato.
Soñar es nuestra función motora
primordial. Los “sueños” nos llevan al “hacer”. Y ese “hacer”
no se basa en lo “real” sino en la fantasía propia del sueño.
No podemos dejar de “soñar”
aunque estemos despiertos.
Imaginamos, “soñamos”, que
a nuestros hijos no les puede pasar nada malo cuando los sabemos lejos de
nosotros; que podremos darle protección cuando están con nosotros; que nos
aumentarán la paga; que todos los malos recibirán castigo; que los buenos
triunfarán; que si eso no pasa, nos irá bien de todos modos; que será mejor el
próximo año; que nuestros seres queridos serán felices; que alcanzaremos la
meta; que el enfermo se repondrá; que quizá vayamos al cielo; que llegará ese
día, ese ser, ese bien, esa alegría.
Y tan necesitados estamos de
soñar que cuando algo o todo falla exclamamos: “-¡No puede ser!-”.
La facultad de pensar nos ha
impulsado a creernos superiores, eternos, invencibles, sabios. Nuestra soberbia
nos torna incapaces de ver cuanto se vive soñando sin estar dormidos.
Uno puede quedarse con lo que
tiene o procurar cosas mejores.
Yo anoto en mi lista: NO DEJAR DE
SOÑAR y HACER MIS SUEÑOS MIENTRAS SUEÑO.
Si la realidad alberga formas
parecidas a las pesadillas, quiero empeñarme en soñar y obrar la más hermosa
fantasía a favor de una vida distinta.
Que sueños y realidad encierren
la misma dicha.
¿Estaré escribiendo o será un
sueño?.
Hay cuestiones que no interesa
demasiado indagar, más allá del ejercicio intelectual que implican.
¡Te deseo los mejores sueños!.
Daniel Adrián
Madeiro
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© Daniel Adrián Madeiro.
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