lunes, 11 de febrero de 2013

INCERTIDUMBRE DEL ÁNIMO

Foto Google


No será el miedo a la locura
lo que nos obligue a bajar
la bandera de la imaginación.

Primer manifiesto surrealista – André Breton

En este momento estoy escribiendo. Al verme haciéndolo, considero un hecho indubitable que estoy escribiendo.
Hace un rato, no más, me pasaba lo mismo mientras cenaba con mi mujer y mis hijos.
Durante la ejecución de estos actos y otros, una certeza de “realidad” me acompaña en cada acción en la que me contemplo.

De este modo, visto así tan superficialmente como acostumbramos todos a mirar la cotidianidad, nos sentimos en condiciones de afirmar que eso que vemos es lo “real” que pasa o nos pasa.

Una primera objeción se presenta a mi mente: Cuando despierto de repente de un plácido sueño o de una turbulenta pesadilla, también es patente el efecto de “realidad” que acompaña a esos procesos oníricos. Entonces, el abrir los ojos resulta ser un despertar a la duda de estar realmente despierto.

Otra forma de verlo es como lo señala André Breton en la obra citada: “El hombre, al despertar, tiene la falsa idea de emprender algo que vale la pena. Por esto el sueño queda relegado al interior de un paréntesis, igual que la noche. Y, en general, el sueño, igual que la noche, se considera irrelevante”.

¿Contendrán las horas de nuestra diaria estadía despabilados ese espacio del tiempo que encierra la “realidad”? ó ¿Serán los sueños los únicos momentos “reales” de nuestra existencia?.
Llamamos “mirada objetiva” a aquella a la que le atribuimos el poder de referirse a lo que existe realmente, libre de los prejuicios del observador.
Aseguramos ver las cosas tal cual son. Y es verdad que una monumental cantidad de seres humanos ven, oyen, sienten lo mismo.
Cuando surgen diferencias no suelen ser sobre lo más básico (forma, color) sino de un carácter más personal, vinculadas a los gustos o sensaciones del sujeto que observa.
Decimos que el durazno es carnoso, rojo amarillento, redondo. Luego vienen las sensaciones, la enunciación de elementos más o menos subjetivos: piel áspera o suave, gusto sabroso o no, aspecto lindo o feo, etc.
Yo me pregunto si existirá una forma de probar que el durazno tiene existencia real, y que yo soy el que soy, y que mi entorno existe.
Parece una pregunta simple; hasta puede resultar absurda. Pero no tiene respuesta definitiva. Se podrán aportar diversos puntos de vista pero no una contestación que reúna todas las condiciones necesarias para tornarla irrefutable en su contenido.
Sería una situación similar a que DIOS se presentara frente a nosotros y nos dijera que es ÉL. ¿Qué elementos probatorios podría aducir?. Aun el mayor milagro pudiera interpretarse como una potestad aceptable en un ser provisto de una tecnología enormemente mayor a la nuestra y no vinculante a la naturaleza de un dios. No habría forma de demostración posible.
De alguna manera, sin quererlo, estoy también dando a conocer porque no creo que DIOS se contacte con nosotros. Sin embargo, creo en DIOS.
Sucede que: si pongo absolutamente todo en duda, la duda será la sustancia inherente a toda respuesta posible.
La pregunta propuesta (¿Existe el durazno, yo, el entorno?) y la imposibilidad de responderla, sirven para advertir otra situación: Eso que llamamos “realidad” es el fruto de una tácita convención. Todos estamos de acuerdo, “convenimos”, en que todas nuestras percepciones personales sobre el entorno y sobre nuestro propio sentir interior, confrontadas a las de nuestros congéneres y resultando coincidentes entre sí, son la “realidad”.
Cuando alguien sale fuera de esa “convención”, cuando su visión de la “realidad” no es coincidente con el modelo predeterminado, al individuo en cuestión se lo reputa como alienado, alguien que perdió la razón, que no sabe o no puede “pensar y deducir adecuadamente la verdad”. Entonces se procede a separarlo de la comunidad. De esta manera se protege lo establecido mayoritariamente como “real” y se mantiene su valor de “verdad”.
La regla es: Todos nosotros hemos coincidido sobre la “realidad” y definido qué es lo “real”.

Puede que la “realidad” sea, efectivamente, ese conjunto de percepciones que acompañan la vida de todos los días mientras nos encontramos despiertos y concientes.
Sin embargo, quizá inadvertidamente, lo más real en nuestra vida, aquello que la empuja a apuntar a un blanco futuro, que gravita y moldea nuestro porvenir desde cada segundo del mismísimo presente, son los sueños.
Toda nuestra vida es sueños y sólo sueños.
Sueñan los niños con ser mayores, los ancianos con volver a ser niños, los enfermos con curarse, los jóvenes con ser correspondidos por la persona que desean, el artista con el éxito, el profesional con el reconocimiento, el optimista con que todo saldrá bien, el desahuciado con un final inmediato.
Soñar es nuestra función motora primordial. Los “sueños” nos llevan al “hacer”. Y ese “hacer” no se basa en lo “real” sino en la fantasía propia del sueño.
No podemos dejar de “soñar” aunque estemos despiertos.
Imaginamos, “soñamos”, que a nuestros hijos no les puede pasar nada malo cuando los sabemos lejos de nosotros; que podremos darle protección cuando están con nosotros; que nos aumentarán la paga; que todos los malos recibirán castigo; que los buenos triunfarán; que si eso no pasa, nos irá bien de todos modos; que será mejor el próximo año; que nuestros seres queridos serán felices; que alcanzaremos la meta; que el enfermo se repondrá; que quizá vayamos al cielo; que llegará ese día, ese ser, ese bien, esa alegría.
Y tan necesitados estamos de soñar que cuando algo o todo falla exclamamos: “-¡No puede ser!-”.
La facultad de pensar nos ha impulsado a creernos superiores, eternos, invencibles, sabios. Nuestra soberbia nos torna incapaces de ver cuanto se vive soñando sin estar dormidos.
Uno puede quedarse con lo que tiene o procurar cosas mejores.
Yo anoto en mi lista: NO DEJAR DE SOÑAR y HACER MIS SUEÑOS MIENTRAS SUEÑO.
Si la realidad alberga formas parecidas a las pesadillas, quiero empeñarme en soñar y obrar la más hermosa fantasía a favor de una vida distinta.
Que sueños y realidad encierren la misma dicha.
¿Estaré escribiendo o será un sueño?.
Hay cuestiones que no interesa demasiado indagar, más allá del ejercicio intelectual que implican.
¡Te deseo los mejores sueños!.

Daniel  Adrián  Madeiro

Copyright © Daniel  Adrián  Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor.

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