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Una inspección sobre la mirada
y la contribución de la religión cristiana
al papel femenino en la historia.
La idea de escribir este brevísimo
ensayo nació de manera simultánea a la lectura del texto que se expone algo más
abajo.
Se trata de un pasaje de la clase dictada por
Michel Foucault, el 22 de enero de 1975, en el Collége de France y recogida en
el libro “Los anormales”.
Allí, luego de exponer las pericias realizadas
sobre un caso conocido con el nombre de “hermafrodita
de Rouen” y hecho público por los escritos de uno de los médicos
intervinientes, J. Duval, se transcribe de manera informal el pensamiento de
este perito en cuanto a la falta de un discurso apropiado para abordar la
sexualidad femenina, acompañado de su punto de vista (el de Duval) respecto de la influencia positiva sobre la visión
hacía lo femenino que habría impulsado la aparición en escena de la Virgen María.
El texto es el que sigue:
Ahora bien, Duval no sólo hace eso, sino
que teoriza el discurso médico sobre la sexualidad. Y dice lo siguiente. En el
fondo, no es de sorprender que los órganos de la sexualidad o la reproducción
jamás hayan podido nombrarse en el discurso médico. Era muy lógico que el
médico vacilara en nombrar esas cosas. ¿Por qué? Porque es una vieja tradición
de la Antigüedad.
Puesto que en ella las mujeres eran seres particularmente
despreciables. Las mujeres de la
Antigüedad se comportaban con semejante desenfreno, que era
muy lógico que alguien que era maestro del saber no pudiese hablar de sus
órganos sexuales. Solo que, dice Duval, llegó la Virgen María que
“llevaba a nuestro Salvador en su seno”. A partir de ese momento, se instituyó
el “sagrado matrimonio”, todas “lubricidades llegaron a su término” y “se
erradicaron las viciosas costumbres de las mujeres”. De ello se deducen unas
cuantas consecuencias. La primera es que “la matriz que antes era
principalmente censurada en la mujer” debe reconocerse ahora como “el templo
más digno de amor, augusto, santo, venerable y milagroso del universo”. En
segundo lugar, la inclinación que los hombres tienen por la matriz de las
mujeres dejó de ser ese gusto por la lubricidad, para convertirse en una
especie de “sensible precepto divino”. Tercero, el papel de la mujer, en
general, se tornó venerable. A partir del cristianismo, se confían a ella la
custodia y la conservación de los bienes de la casa y su transmisión a los
descendientes. Otra consecuencia más o, mejor, consecuencia general de todo lo
anterior: en lo sucesivo y dado que la matriz se ha convertido en ese objetivo
sagrado, en el momento mismo y por el hecho de que la mujer fue sacralizada por
la religión, el matrimonio y el sistema económico de transmisión de los bienes,
es necesario conocer esa matriz. ¿Por qué? En principio, porque esto permitirá
evitar muchos dolores a las mujeres y sobre todo impedir que muchas de ellas
mueran en el parto. Y Duval dice, en un cálculo que, desde luego, es
completamente delirante: todos los años hay un millón de niños que podrían
venir al mundo si el saber de los médicos fuese lo suficientemente elaborado
para atender como es debido el parto de sus madres. ¡Cuántos niños no vieron la
luz y sus madres están muertas, encerradas en el mismo sepulcro, a causa, dice,
de ese “vergonzoso silencio”! Podrán ver como en este texto, que es de 1601, se
articulan uno sobre el otro el tema de la sacralización religiosa y económica
de la mujer y un tema que es ya de los mercantilistas, el tema estrictamente
económico de la fuerza de una nación, que está ligada al tamaño de su
población. Las mujeres son preciosas porque reproducen; los niños son preciosos
porque representan una población, y ningún “vergonzoso silencio” debe impedir
conocer lo que permitirá justamente salvar esas existencias. Duval escribe: “Oh
crueldad, oh gran desdicha, oh suprema impiedad de reconocer que tantas almas,
que deberían tener acceso a la luz de este mundo [...], no piden más que un
dispositivo de nuestra parte”. Ahora bien, carecemos de él a causa de palabras
que “algunos califican [de] acariciantes, las cuales podrían inducir a la
lubricidad”, lo que es una muy “pobre respuesta como contrapeso de tantos males
y tan grandes inconvenientes”. Creo que este texto es importante porque en él
tenemos, de hecho, no sólo una descripción médica de los órganos de la
sexualidad, una descripción clínica de un caso particular, sino también la
teoría del antiguo silencio médico sobre esos órganos y la de la necesidad
actual de un discurso explícito.
Los
anormales, de Michel Foucault – Pág. 76 y 77 Tercera reimpresión, 2006 –Fondo
de Cultura Económica.
Los párrafos que dicen: ... llegó la Virgen María que
“llevaba a nuestro Salvador en su seno”. A partir de ese momento, se instituyó
el “sagrado matrimonio”, todas “lubricidades llegaron a su término” y “se
erradicaron las viciosas costumbres de las mujeres”, me
permitieron vislumbrar algo que nunca antes había percibido sobre nuevas formas
de ver el papel de la mujer a la luz del mensaje de los evangelios por la
inclusión y tratamiento dado a la figura de María.
Recibí así los primeros indicios para trabajar
en la hipótesis de que la mujer que conocemos como la Virgen María haya
resultado ser una guía para el cristianismo sobre cómo, a partir de ella,
debería evaluarse a las mujeres en general.
Como ya muchos alegarán, es altamente probable
que esta situación no se haya plasmado de inmediato o pudiera encontrarse
parcialmente pendiente de aplicación hasta hoy día.
No es el tema al que apunto.
Sólo digo que los postulados están desde el
principio.
Cuando se leen los evangelios, dado que el
personaje central es Jesús, solemos recluir a un segundo plano a los otros
actores.
Si desistimos de esta tendencia podemos
advertir para el caso de María, que la misma ocupa un lugar, un señalamiento,
una actividad que es destacada de manera equilibrada, sin opacar la figura de
Jesús, propiciándole un marco de importancia, un espacio cercano y digno de
atención, augurándole un futuro en la conformación de la iglesia cristiana.
Desde el mismo inicio del evangelio de Mateo,
por ejemplo, se relata su embarazo milagroso con un respeto que sorprende por
tratarse de una mujer soltera y judía que, ante tal situación, hubiera podido
ser víctima de un terrible destino.
Al respecto, recordemos el episodio sobre el
intento de lapidación a una ramera que aparece en algunas versiones del
evangelio de Juan (8:1-11).
Sin embargo, el desarrollo de la historia del
embarazo de María exalta la intervención divina en los sucesos, llevándolo todo
a un final sereno donde ella es valorada doblemente: como portadora de un ser
divino y como elegida para ello. Esas son las razones que aceptará su
prometido: “Cuando
José despertó del sueño, hizo lo que el ángel le ordenó, y tomó a María por
esposa. Y sin que él antes la conociese, ella dio a luz un hijo, al que José
puso por nombre Jesús” (Mt 1:24,25).
Más adelante, en Mateo 2:10,11, en el pasaje
conocido como “La adoración de los magos”, se lee: “Cuando los sabios vieron la estrella, se
alegraron mucho. Luego entraron en la casa, y vieron al niño con María, su
madre; y arrodillándose le rindieron homenaje”.
Aquí se aprecia como el autor
incluye a María en la descripción, cuando bien pudiera haberla omitido. Pero,
de este modo, está resaltando la importancia de que se encuentre al lado de Jesús.
En varios pasajes subsiguientes se reafirma
esta condición cuando dice: “Levántate, toma al niño y a su madre” (Mt. 2:13, 20, 21). El autor parece querernos decir
que en el plan divino cuentan el niño y la madre.
En Lucas 2:34,35, vemos que es a María a quien
Simeón le informa sobre la importancia de su hijo y de cómo la vida de él
afectará la de ella, diciéndole: “Este niño está destinado a hacer que muchos en Israel caigan o se
levanten... todo esto va a ser para ti como una espada que atraviese tu propia
alma”.
El mismo autor en 2:48 pone en boca de María el
llamado de atención dirigido a un Jesús de doce años al que no encontraban y
que hallaron, finalmente, en el templo: “Hijo mío, ¿por qué nos has hecho esto? Tu
padre y yo te hemos estado buscando llenos de angustia”.
Y, luego, cierra el conjunto de relatos sobre
el nacimiento, niñez e infancia de Jesús con esta reflexión sobre María: “Su madre guardaba todo esto en su
corazón” (Lc 2:51).
El evangelio de Juan muestra que el rol de
María no acabará al morir Jesús. Será su propio hijo quien le informe esta
continuidad de su vida después de él: “Cuando Jesús vio a su madre, y junto a ella al discípulo al que él
quería mucho, dijo a su madre: - Mujer, ahí tienes a tu hijo -. Luego le dijo
al discípulo: - Ahí tienes a tu madre -. Desde entonces, ese discípulo la
recibió en su casa” (Jn 19:26,27).
Y al iniciarse el libro de los Hechos de los
Apóstoles se le observa reunida con algunos de ellos y unas mujeres, orando (Hch 1:14).
Este papel, mejor diría este espacio de
preferencia ofrecido a la mujer llamada María, madre de Jesús, y en ella a la
mujer en general, no tiene antecedentes dentro de la Biblia si lo confrontamos
con el único caso que podría servir para tal comparación, la vida del fundador
del judaísmo, Moisés.
La lectura ofrecida por el libro
Éxodo sobre el nacimiento de Moisés es más que breve.
Baste ver que en un sólo capítulo,
el segundo, se describe el casamiento de un hombre y una mujer, ambos de la
tribu de Leví, de quienes nacerá Moisés, que a los tres meses es arrojado al
río Nilo en una canasta de juncos, para ser recogido por una princesa egipcia
que lo adoptará; más tarde, ya adulto, mata a un egipcio y huye al desierto de
Madián, donde conoce a quien sería su suegro Reuel, el cual le da por esposa a
una de sus hijas, Séfora.
Salvo para el caso de Séfora y de Reuel (éste último personaje aparece con otros dos nombres Jetro –Éxodo 3:1- y
Hobah –Jueces 4:11), no
se cita el nombre de su madre ni de su padre, como tampoco el de su hermana y
de la princesa egipcia o el de faraón. Tampoco hay alguna descripción minuciosa
sobre ellos.
Como pueden apreciar aquellos que hayan leído la Biblia , la diferencia de
tratamiento narrativo de ambas historias (Evangelios - Éxodo) es notable.
Su lectura nos permite visualizar qué es lo
central para los redactores de los escritos.
Vemos así que el escritor de Éxodo,
a través de lo expuesto en el segundo capítulo, quiere ser breve para poder
encaminarse, lo antes posible, hacia la tarea, los hechos del Moisés adulto.
Por eso sólo informa su origen
tribual, cómo se salvó de la muerte siendo arrojado a las aguas del Nilo, su
primer contacto con sus hermanos hebreos y su huida al desierto, escenario que
terminaría siendo su ámbito natural de desenvolvimiento.
Pero esa descripción también tiene otra razón
para su brevedad y su contenido. Hay algo más: El escritor del capítulo II de
Éxodo no puede ser ajeno a su época.
Viene aquí, muy a cuento, repetir un pasaje del
texto de Foucault ya citado: “En el fondo, no
es de sorprender que los órganos de la sexualidad o la reproducción jamás hayan
podido nombrarse en el discurso médico. Era muy lógico que el médico vacilara
en nombrar esas cosas. ¿Por qué? Porque es una vieja tradición de la Antigüedad. Puesto
que en ella las mujeres eran seres particularmente despreciables”.
Cada cual tendrá su punto de vista sobre el
grado de exactitud que corresponda a la frase “en ella (en la
Antigüedad ) las mujeres eran seres particularmente
despreciables”.
No obstante es innegable que el
papel y los derechos de la mujer, la mirada sobre ella durante la mayor porción
de la historia de la humanidad, no ha estado en un marco de igualdad con el
hombre, sino más bien en un segundo plano o menor.
Y en el Antiguo Testamento, y a modo
de ejemplo, podemos leer un pasaje de los conocidos Diez Mandamientos que
parecería mostrarnos esta tendencia a dar un segundo plano a la mujer.
Transcribo Éxodo 20:17 (20:14 en las Biblias Hebreas): “No
codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás su mujer, ni su esclavo, ni su
esclava, ni su buey, ni su asno, ni nada que le pertenezca”.
Nótese que allí se ordena no codiciar, más
exactamente “no querer apropiarse” de
las pertenencias, de aquellas “cosas”
que son propiedad del otro, siendo ese otro un hombre.
Obsérvese que entre: la casa, los esclavos, el
buey, el asno, y cualquier otra “cosa”, “pertenencia” de otro hombre, se
incluye a la mujer.
No es para alarmarse. No hay que poner el grito
en el cielo porque uno de los mandamientos incluya esta forma de clasificación
donde la mujer forma parte del inventario de un hombre.
Ha sido así, como fue dicho, como Foucault
tácitamente reconoce, a lo largo de la historia, en todas las culturas, por
siglos y siglos. Cualquier historiador, cualquier lector entusiasta de la
historia, puede reconocerlo. Ni que decir lo que puedan pensar al respecto los
integrantes de algún movimiento feminista.
Pues bien, esta circunstancia, esta forma de
ver, es la que inclina al escritor de Éxodo a centrarse en el hombre, el líder,
Moisés.
Pero, volviendo a nuestro tema, esta cuestión
del tratamiento peculiar que la mujer llamada María, madre de Jesús recibe, no
se acota en la comparación precedente Moisés y Jesús. Tampoco quiere la cita de
ese ejemplo, implicar algún grado de desvalorización sobre el inmenso valor que
la figura de Moisés representa y que de ningún modo es tema de discusión.
En otros términos: no debemos pasar por alto
que el esmero puesto de manifiesto por los escritores de los evangelios para
exaltar con cuidado y equilibrio la figura de la Virgen María , no es
materia común al relato de otros nacimientos de líderes, de otras historias de
personajes trascendentes, reales o no. Y pasaré a otro ejemplo.
Si tomáramos el texto del Budacarita sobre el
nacimiento del fundador del budismo, Sidarta Gautama, observaremos que su
madre, Maya, es nombrada pocas veces, sí con respeto por su misión (traer a
Buda al mundo), pero rápidamente sale de escena, muere y es reemplazada en el
cuidado del niño por su hermana. Pero tampoco ella jugará un rol, será sólo una
mención más. De inmediato se inicia la historia sobre la infancia, desarrollo
espiritual y mensaje de Buda.
Como vemos el escritor del Budacarita (se
presume que fue un tal Asvagosha) se centra en el hombre, en el líder de esta
historia, Buda.
También son escasos los datos sobre Amina, la
madre de Mahoma, fundador de islamismo, la que habría muerto siendo él muy
pequeño.
Sin embargo, es de destacar que en el Corán se
menciona en más de una oportunidad a María.
Nada se sabe respecto de la madre de Lao Tse o
de Gilgamesh.
Tal cómo indirecta y brevemente señala Foucault
en su texto y como hemos visto mediante algunos pasajes de los evangelios,
éstos presentan un tratamiento hacia María que es infrecuente para su época.
Y esto es así no sólo sobre la madre de Jesús.
También se observa en las citas a otras mujeres: Marta (Jn 11:5), la prostituta
de Juan 8, Juana y Susana (Lc 8:11), Isabel (Lc 1:57,58), Salomé (Mc 16:1) y
especialmente María Magdalena.
Agreguemos también que esta actitud no se acota
en los Evangelios.
En los Hechos de los Apóstoles y las diversas
Epístolas que integran el llamado Nuevo Testamento, hay aportes que reflejan
una consideración positiva hacia el papel de la mujer en la comunidad.
Son muchos y variados los ejemplos que se
pudieran citar pero siendo mi propósito incentivar la investigación y reflexión
sobre lo expuesto, me parece propicio recomendar la lectura de un excelente
material que encontré en Internet. Se trata de un ensayo titulado “La
mujer en el cristianismo primitivo”, de Rafael AGUIRRE (www.mercaba.org/FICHAS/H-M/724.htm).
Ojalá que este deseo mío se cumpla y sirva para
evaluar si este respeto, si este marco de, al menos, mediana igualdad entre
hombres y mujeres que se trasluce en algunos pasajes de los Evangelios, en Los
Hechos y en varias citas del apóstol Pablo aún se encuentra vigente, o si
necesita ser revitalizado, si es menester que trabajemos diariamente para que mujeres
y hombres estemos unidos en un plano de igualdad, integrados a la construcción
de un planeta Tierra digno de nuestros niños.
Daniel Adrián Madeiro
Copyright © Daniel Adrián Madeiro.
Todos los
derechos reservados para el autor.
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