lunes, 11 de febrero de 2013

SOBRE EL SER REAL

Foto Google


Hace un tiempo atrás les había dejado la inquietud de revelarles si Daniel Adrián Madeiro existe o no; si se trataba de un realidad indiscutible o de una invención o, mejor dicho, de una convención que les permite relacionarse conmigo, de interactuar.

Esta reflexión resultará algo compleja y, doy por seguro, será insuficiente desde la perspectiva de aquellos que esperan una exposición con calidad filosófica.

Pero, salvando las mediocridades de mi explicación, me parece que revelar quien soy en realidad les permitirá verme de otra manera y, a la vez, plantearse su propia identidad, quienes son Ustedes verdaderamente.

* * *
Presumo que fui gestado alrededor del mes de Octubre de 1956. Luego, nací en Junio del 57, sin completarse los nueve meses de gestación.

Mi nombre iba a ser Adrián Daniel, pero una partera entendió que el orden inverso: Daniel Adrián tenía mejor sonoridad y así quedé asentado en la libreta de nacimiento.

Una forma de ver las cosas es ponerse frente al espejo y decirse: Hola, Daniel Adrián.
Otra es reconocer que ese nombre es un hecho meramente arbitrario y, porque no, irreal.

¿Tenía yo un nombre en el vientre de mi madre?
En el mismísimo momento de la gestación, cuando era una célula para luego ser dos y así de seguido, ¿quién era yo?
Y si en lugar de Daniel Adrián me hubiesen llamado: José, Carlos, Ignacio, Evaristo, ¿yo no sería yo?

Hasta allí me parece claro que un nombre no es yo.

Todos concordarán conmigo que el número de documento no son Ustedes, es sólo un número que los identifica y codifica entre los muchos otros ciudadanos del mundo. Ustedes, no son ese número y lo saben bien.

Pongamos ahora por caso que en lugar de un nombre al nacer, fuera la costumbre llamarnos por un número único.
Valdría la misma conclusión.
Podríamos imaginar también que el documento estuviera referenciado a un nombre único en lugar de números y... sería la misma historia.

Hasta aquí, al menos yo, tengo claro que no soy realmente Daniel Adrián Madeiro del mismo modo que no soy mi número de identidad.
Ambas cosas podrían ser distintas de las que son y hasta inversamente aplicadas a mi persona sin que ello altere la realidad de que YO no soy un nombre ni un número.
Esos son elementos que se adicionan a mi ser para su desenvolvimiento en este mundo, del mismo modo que una visa nos permite acceder a otros países.

Ahora me parece que podemos ir algo más lejos.

Tomemos un espejo.

Vemos reflejada a una persona que, a fuerza de repetición, concluimos que somos nosotros.

¿Somos nosotros o es la imagen de un envase material desde el que nosotros nos desenvolvemos?

Sabemos claramente que no somos el auto que manejamos pero, cuando se trata de nuestro cuerpo las cosas cambian. ¿Por qué?

Volvamos al espejo. Ahí nos encontramos con alguien que identificamos con YO.

Hagamos un gran esfuerzo y busquemos cambiar ese rostro por uno con una piel de color distinto; cambiemos también los ojos, el ancho de la nariz, el grosor de los labios, el largo, textura y color del cabello.

Si lo logramos podremos sentir cierto temor pero, si nos sobreponemos al cambio, podremos darnos cuenta que somos nosotros pero, ahora, en otro envase.

Imaginemos tener un sexo opuesto al que tenemos. Y seguiremos siendo nosotros.

Y hay una sola razón para que esto sea así: YO no es el nombre que tenemos, ni el número de nuestro documento, ni el hombre o mujer que vemos en el espejo.

YO es el ser real que, más allá de nuestra apariencia física y sus adornos, se encuentra ahora transitando esta experiencia en el mundo.

¿Vendremos de otras experiencias en otros lugares?
¿Iremos hacia otras experiencias?

La ciencia nos cuenta que somos átomos en constante e infinito movimiento, ondas de luz, seres formados con el polvo del universo.

Pero esto quizá sólo refiera a lo material que somos y no a nosotros mismos, a nuestro YO.

Mientras tanto, para mi algo es seguro: Somos muy diferentes de lo que vemos en el espejo, algo superior a nuestras experiencias materiales.
Con este cuerpo o con otros, quizá hasta sin ningún cuerpo, YO seguiría siendo YO.

¿Cómo me imaginará un ciego?
¿Cómo me verá DIOS?

Daniel  Adrián  Madeiro (por darle un nombre)

Copyright © Daniel  Adrián  Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor

No hay comentarios: