lunes, 11 de febrero de 2013

UN ANÁLISIS SOBRE EL ENSAYO “UNA EXPERIENCIA RELIGIOSA” DE SIGMUND FREUD

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Esta supuesta entrevista fue muy leída
y me procuró, entre otras, la siguiente
carta de un médico americano.

Una experiencia religiosa – Sigmund Freud

Es evidente que expondré algunas observaciones personales surgidas después de la lectura del ensayo de S. Freud, titulado “Una experiencia religiosa”.
Aunque se trata de un escrito pequeño que no presenta mayores dificultades en su texto, informo que utilizaré la traducción de Luis López Ballesteros y de Torres, tomo XIV de las Obras Completas de Freud, de Editorial Iztaccihuatl S A, México D F., páginas 309 a 313.
Freud inicia su discurso informando que cierto periodista publicó una entrevista a él nunca efectuada. A raíz de esto, recibe cartas de lectores, entre otras la de un médico americano que transcribiré a continuación y de la que se sirve como base para elaborar su conjetura.
La carta del médico estadounidense (supongo que a eso se refiere al decir americano) dice:  “...Lo que más me ha impresionado ha sido su respuesta a la pregunta de si creía en una subsistencia de la personalidad después de la muerte. Según el informador, habría contestado usted secamente: Eso me tiene sin cuidado.
Le escribo hoy para comunicarle un suceso vivido por mí el año mismo en que terminaba mis estudios universitarios. Una tarde que me encontraba en el quirófano, encontraron el cadáver de una anciana y lo colocaron sobre una de las mesas de disección. Hondamente impresionado por la expresión de serena dulzura de aquel rostro muerto, pensé en el acto: No, no hay Dios; si hubiera un Dios, no habría permitido que una mujer tan bondadosamente amable viniera a la sala de disección.
Al regresar luego a casa, abrigaba la firme decisión de no volver a entrar en una iglesia. Las doctrinas del cristianismo me habían inspirado ya antes graves dudas.
Pero cuando me hallaba reflexionando sobre todo esto, surgió en mi alma una voz que me aconsejó meditar mi resolución. Mi razón respondió a esta voz: Si alguna vez adquiero la certeza de que los dogmas cristianos son verdaderos y de que la Biblia es la palabra de Dios, los aceptaré sumisamente.
En los días siguientes, Dios hizo sentir claramente a mi alma que la Biblia es la palabra de Dios, que todo lo que nos enseña sobre Jesucristo es verdad y que Jesús es nuestra única esperanza. Desde entonces, Dios se me ha revelado con otros muchos signos inequívocos.
Como “hermano médico” (brother physician) le ruego que medite sobre cuestión tan esencial y le aseguro que si lo hace sinceramente, Dios revelará a su alma la verdad, como a mí y a otras muchas personas...

A continuación del texto de la carta, Freud realiza algunos comentarios sobre su respuesta al médico. Le habría informado que se alegraba de que haya conservado su fe. Luego dice que: “Dios no había hecho tanto por mí... y si no se daba ya mucha prisa –teniendo en cuenta mi avanzada edad- no sería culpa mía si seguía siendo hasta el fin, lo que ahora era: an infidel jew”.
Avanzando apenas unos párrafos nos encontramos con sus primeras apreciaciones en procura de “intentar su explicación” ya que la carta le resulta interesante.
Explica que el médico, por su carrera “no podía ignorar estas y otras miserias”, que “Dios permite cosas más fuertes que la de que una mujer de rostro simpático acabe en una sala de disección”.
Y se pregunta: “¿Por qué su rebelión hubo de estallar precisamente al experimentar aquella impresión ante el cadáver de la anciana?”.
Avanzando en la lectura informa sobre un error de su propia memoria al citar en una discusión la carta, diciendo que el médico habría escrito que: “El rostro de la anciana le había recordado el de su propia madre”.
Advirtiendo que la carta no contenía nada semejante informa que: “me di enseguida cuenta de ello, pero precisamente este error de memoria constituye la explicación que se nos impone al leer las palabras con las que el sujeto describe a la anciana (sweet faced dear old woman). El afecto despertado por el recuerdo de la madre es el responsable de la debilidad de juicio demostrada en aquella ocasión por el médico”, asevera para luego agregar: “nos fijaremos también en las palabras “hermano médico” ”.
Más adelante dice: “Podemos, pues, representarnos el proceso en la siguiente forma: La visión del cuerpo desnudo (o que ha de ser desnudado) de una mujer que le recuerda a su madre, despierta en el joven la nostalgia de la madre, procedente del complejo de Edipo y completada en el acto por la rebelión contra el padre. La imagen del padre y la de Dios no se encuentran aún muy separadas en él, y el deseo de la muerte del padre puede hacerse consciente como duda de la existencia de Dios y quererse legitimar ante la razón como indignación por el maltrato inflingido al objeto materno... Durante el conflicto... no se aduce argumento ninguno para la justificación de la idea de Dios ni se dice tampoco con qué signos inequívocos hubo de demostrar Dios su existencia al sujeto, desvaneciendo sus dudas... El combate interior tiene de nuevo en el terreno religioso su desenlace, predeterminado por el complejo de Edipo: Una completa sumisión a la voluntad de Dios-padre”.

Hasta aquí, de manera prácticamente completa, el contenido y conclusión del análisis de Freud.
Al leerlo anoté algunas observaciones. Una de ellas fue la siguiente afirmación: “...su carrera hace suponer que no podía ignorar estas y otras miserias. Y entonces, ¿por qué su rebelión contra Dios hubo de estallar precisamente al experimentar aquella impresión ante el cadáver de la anciana?”.
Resulta que ello es sólo parcialmente correcto. El médico dice claramente que: “Las doctrinas del cristianismo me habían inspirado ya antes graves dudas”.
De aquí podemos inferir que no se trata de la primera rebelión; nos habla de “graves dudas” anteriores. Desconocemos como fueron las anteriores posibles rebeliones a las cuales el médico no hace específica referencia; pero no podemos asegurar que no hayan existido.
Tomando debida nota de este hecho podemos permitirnos pensar que bien pudiera ser que la rebelión narrada sólo tenga de particular su resolución y no su escenario.
Es el propio médico el que nos dice que hubo otras rebeliones, “graves dudas”, “ya antes”; no nos habla del escenario en que surgieron (pudieran ser situaciones similares); tampoco nos comenta su resolución en aquellas oportunidades.
Me parece claro que Freud se apresura al decir que la situación estalló “precisamente al experimentar aquella impresión”. Hemos visto que “ya antes” se había rebelado de alguna forma contra el Dios-padre.

Otro elemento que también llamó mi atención fue la rápida conclusión que realiza como resultado de su propio error al decir ante terceros que al médico “El rostro de la anciana le había recordado el de su propia madre”, concluyendo que “me di enseguida cuenta de ello, pero precisamente este error de memoria constituye la explicación que se nos impone al leer las palabras con las que el sujeto describe a la anciana (sweet faced dear old woman). El afecto despertado por el recuerdo de la madre es el responsable de la debilidad de juicio demostrada en aquella ocasión...”, para luego agregar: “nos fijaremos también en las palabras “hermano médico” ”.
Veamos esto por parte. Una posible traducción de la frase “sweet faced dear old woman” es: “dulce rostro de la querida anciana”. Esto sobre la base de darle a la palabra “dear” el significado de “querida”. Pero la realidad es que “dear”, dentro del lenguaje coloquial es traducible también como: Apreciado/a, Estimado/a. De hecho, cuando escribimos una carta en inglés podemos encabezarla diciendo: “Dear Fulano” o sea “Estimado (o Apreciado) Fulano”. No tiene necesariamente un matiz ligado a lo familiar o lo amado.
De esta forma podemos ver que el médico habría expresado tan sólo lo siguiente: “dulce rostro de la apreciada (o estimada) mujer”, donde “dear” se utiliza en un mero sentido formal, no vinculante sentimentalmente.
Así carece de sustento la razón que quiere apoyarse en una supuesta evocación al recuerdo materno.
El otro punto es la referencia a la cita de “hermano médico”.
Aquí es obligatorio recordar que el escritor de la carta es un cristiano. Nos bastará leer el consejo que el propio Jesús estableció para sus seguidores: "Ustedes no se hagan llamar Rabí; porque uno solo es su Maestro, y todos ustedes son hermanos” (Mateo 23:8).  También las palabras de uno de sus discípulos: “Así que el dicho se difundió entre los hermanos de que aquel discípulo no habría de morir...” (Juan 21:23). O, para finalizar, las palabras del apóstol Pedro frente a 120 seguidores reunidos: “Hermanos, era necesario que se cumpliesen las Escrituras...” (Hechos 1:16). Es constante el empleo del término “hermano/s” en los Evangelios y muy especial y frecuentemente en las epístolas apostólicas, para hacer referencia a la comunidad cristiana o a alguno de sus miembros.
Así, es claro que la costumbre entre los cristianos de llamarse hermano, no es nueva. La vemos hoy mismo en algunos predicadores cuando al entregarnos algún folleto o al llamar a nuestra puerta para predicarnos, aun sin pertenecer nosotros a su religión, nos llaman también “hermanos”.
Estos elementos no parecen estar debidamente atendidos por Freud.

Hasta aquí algunos detalles interesantes que permiten arribar a otra lectura del relato expuesto por el médico, diferente de la realizada por Freud.
Sin embargo, ciertos enunciados del ensayo me hicieron pensar que este nuevo enfoque sobre el mismo podía (y debía) ser ampliado.
Llamaron mi atención los siguientes:

  • El error de memoria: “El rostro de la anciana le había recordado el de su propia madre”. Me inclino a pensar que aquí no se descubre un recuerdo del médico sino un sentimiento del propio Freud respecto de su madre (Amalia), siendo él el que piensa en ella imaginándola muerta a partir de la escena descripta en la carta en cuestión.
  • La confesión indirecta de su propia rebelión ante el Dios-padre al decir: “Dios no había hecho tanto por mí... no sería culpa mía si seguía siendo hasta el fin, lo que ahora era: an infidel jew (un judío infiel)”.
  • Por último debo resaltar la similitud que encontré entre la exposición del médico sobre su conversión y las palabras del padre de Freud escritas en una Biblia que le regaló. Este hecho lo descubrí después de recolectar la información a que haré referencia seguidamente.

En lo particular, el error de memoria señalado me impulsó a preguntarme: ¿El relato del médico no lo estará llevando a Freud a evocar a su propia madre?; ¿Cómo era la relación entre Freud y su madre?; ¿No habrá algo en ella que lo lleva a proyectar sobre el galeno un sentimiento sólo vinculado a si mismo?.
Este cuestionamiento me estimuló a procurarme información a través de un buscador en Internet. Para mi fortuna, colocando entre comillas la frase “la madre de Freud”, me encontré con el sitio Psicoanálisis de Mary Isabel Videla.
En ella aparece una breve pero interesante difusión del contenido del libro “Freud, Una cronología diferente de sus relaciones personales”, de las autoras Mary Isabel Videla y Doris Hajer, Universidad de la República, Facultad de Psicología, Área de Psicoanálisis, Montevideo, Uruguay, 1ª edición 1996.
Entre otras cosas, pude extraer lo siguiente sobre Amalia Nathansohn: “La madre de Freud era una mujer cariñosa, enérgica y dominante, que tuvo una influencia decisiva en su vida...”. Martín, el hijo de Freud la recuerda como “una típica judía polaca, con todas las deficiencias que ello supone. No era en modo alguno lo que nosotros llamaríamos una dama; tenía un temperamento enérgico y era impaciente, obstinada, de ingenio agudo y sumamente inteligente”... Judith Bernays, sobrina de Freud, que vivió mucho tiempo con su abuela materna, escribió: “Amalia Freud imponía su voluntad en cuestiones pequeñas y grandes, era temperamental, enérgica, inflexible... con los íntimos era una déspota y una déspota egoísta”... Rendía culto sin tapujos a su primogénito, a quien llamaba “mi dorado Siggi”... En algunas cartas, Freud habla del alivio que sintió a la muerte de su madre, a cuyo funeral no concurrió y a quien sobrevivió por sólo nueve años, diciendo que ahora él también se sentía libre para morir ya que ella no vivía para sufrir su pérdida”.
Tras esa lectura no me pareció errada mi presunción.
A mi juicio, Freud proyecta sobre el médico una explicación que en realidad se refiere a sí mismo. Es él el que piensa en su propia madre muerta. Es él quien en su deseo de liberación de su yugo la ve representada en una mesa de disección y observa allí el rostro de esa “querida anciana”, su madre Amalia. Es él el que desde hace varios años “y si no se daba ya mucha prisa”, estaba y seguiría rebelado contra Dios, “siendo hasta el fin, lo que ahora era: an infidel jew (un judío infiel)”.
El escrito de Freud refiere a un artículo del otoño de 1927 por lo que estimo que su fecha de composición no es muy posterior a ello.
Freud murió en 1939 de lo que surge que Amalia Nathansohn lo habría hecho en 1930. A la fecha de composición del ensayo Freud contaba ya con más de setenta años, cáncer de mandíbula (descubierto en 1923) y su madre aún viva.
El cuadro de situación parecería favorecer mi sospecha sobre su deseo inconsciente de que su madre muriera cuanto antes y su posterior confesión sobre que tras su muerte “ahora él también se sentía libre para morir ya que ella no vivía para sufrir su pérdida”, creo que reafirma este argumento.
Desde allí resulta claro que Freud ve en el relato del médico un episodio en el que verdaderamente asistimos a la descripción de sus propios sentimientos. El “sweet faced dear old woman” se transforma en el “dulce rostro de la querida anciana, mi madre, Amalia”. Su propio deseo de ver muerta a su madre despierta su “indignación por el maltrato inflingido al objeto materno” por él mismo. Ante ello reafirma su rebelión contra Dios-padre informándole que “no sería culpa mía si seguía siendo hasta el fin, lo que ahora era: an infidel jew (un judío infiel)”.
Estos elementos sumados a los expuestos anteriormente permiten, como ya dije, otra lectura del ensayo “Una experiencia religiosa”.

Para finalizar quiero resalta un hecho que me parece digno de alguna consideración.
Se trata de las palabras que el padre de Freud, Jakob, le escribiera a éste en ocasión de regalarle una Biblia en su cumpleaños. La dedicatoria la extraje del sitio que señalé más arriba y dice así: “Querido hijo: Fue en tu séptimo aniversario cuando el espíritu de Dios comenzó a inclinarte hacia el saber. Diría que el espíritu de Dios te habló así: “lee mi libro; te abrirá los caminos del conocimiento y del intelecto. Este es el libro de los libros; es el pozo que excavaron los sabios y del que los legisladores han extraído las aguas de su sabiduría. Tú has visto en este libro la visión del todopoderoso, tú lo has escuchado complacido, tú lo has recreado y has intentado volar a las alturas sobre las alas del Espíritu Santo. Desde entonces he conservado la misma Biblia. Hoy, día en que cumples treinta y cinco años, la he sacado de su retiro y te la envío como prenda de amor de tu anciano padre”.
Son las palabras de un padre judío que cree en su Biblia Hebrea como libro originado en Dios. Nos muestran un profundo cariño hacia su hijo.
Se advierten allí afirmaciones tales como: “Fue en tu séptimo aniversario cuando el espíritu de Dios comenzó a inclinarte hacia el saber” o “...el espíritu de Dios te habló así: lee mi libro...”.
En esto me pareció encontrar cierto paralelismo con las siguientes afirmaciones del médico: “En los días siguientes, Dios hizo sentir claramente a mi alma que la Biblia es la palabra de Dios... Desde entonces, Dios se me ha revelado con otros muchos signos inequívocos”.
Ante ello Freud dice: “Durante el conflicto... no se aduce argumento ninguno para la justificación de la idea de Dios ni se dice tampoco con qué signos inequívocos hubo de demostrar Dios su existencia al sujeto, desvaneciendo sus dudas... El combate interior tiene de nuevo en el terreno religioso su desenlace, predeterminado por el complejo de Edipo: Una completa sumisión a la voluntad de Dios-padre”.
Me resulta imposible no preguntarme: En vista de su opinión sobre esos dichos de la carta del galeno, ¿Cómo habrá considerado Freud, oportunamente, la dedicatoria de su padre?; ¿Habrá teorizado cuestionamientos similares a los expresados ante la carta del médico?; En su propio combate interior, ¿No le resultó la carta un elemento que le permitió, en el terreno religioso, reafirmar su propia rebelión contra el Dios-padre?, ¿No habrá sido una forma de dar a conocer, camufladamente, su opinión sobre una parte de la dedicatoria de su padre?.

En determinados textos como el ensayo sobre el que acabo de exponer mis profanas pero humildes observaciones, hay mucho de lo que yo llamaría un “vehemente juego dialéctico”. Sucede muchas veces, en muchos lugares.
Por ello, espero sepan entender mi propensión a repensar sobre lo pensado.

Daniel  Adrián  Madeiro

Copyright © Daniel  Adrián  Madeiro.
Todos los derechos reservados para el autor.
te � 7 r l p� � darnos los detalles de las “primeras horas” de la transformación. Le será suficiente el resto para abarcar los hechos acaecidos durante los “meses” que preceden a la muerte de Gregorio.
¿Por qué Kafka dedica mayor espacio a la descripción en detalle de las primeras horas? ¿Por qué, comparativamente, sintetiza el desenlace?
Repito, quizá esta observación no sea significativa pero, antes de seguir, quiero escudriñar esta cuestión.
Podemos compendiar de que trata esta primera parte del relato del siguiente modo: a) Un hombre “joven” despierta convertido en insecto; b) De diversas maneras muestra su negación a asumir que se encuentra frente a un gravísimo problema; c) No puede comunicarse con los otros, les habla pero no logra ser entendido; d) Se muestra obsesionado por sus obligaciones –trabajo, el principal, horarios- por encima de su propio bienestar; e) Depende del hacer de los otros; f) La voz de su madre lo conmueve; g) La actitud de su padre lo lleva a recluirse; h) constantemente se refugia en divagar sobre elementos menores para distraer el efecto adverso de la realidad sobre sí mismo.
Veamos si encontramos elementos en común con el propio Kafka.
El relato “La condena”, ya citado, cuyo tema es un muchacho (un hombre joven) que se va a comprometer, le escribe una carta a un amigo lejano y termina siendo condenado por su padre a morir ahogado (final trágico) y “La metamorfosis”, habrían sido escritas en 1912. Kafka tenía menos de treinta años.
La “Carta al padre” la elabora en 1919; ya tenía poco más de treinta años y dos compromisos matrimoniales disueltos. Se la envía adjunto en una correspondencia a su amiga la escritora Milena Jesenka. Kafka le pide que nunca la haga pública y le comenta que “La carta...” está llena de trucos aprendido durante su oficio de abogado.
Esto último es muy importante porque, tras escribir una carta que jamás entregará a su destinatario (lo que muestra por sí solo cuánto pesaba en su vida la figura paterna), la descalifica como un simple juego de palabras propio de abogados. Sin embargo, basta leerla para comprender su profundo y dramático contenido y la dolorosa experiencia de su hacedor.
Si ya han sumado a la lectura de “La metamorfosis” la de “La condena” y “Carta al padre” comprenderán que hay elementos en común entre Franz Kafka y Gregorio Samsa y también con Georg Bendemann, el joven comerciante de “La condena”.
Por mi parte, me permito adelantarles mis propias conclusiones. Hay mucho en común. Aquel que escribió la “Carta...” era un hombre joven, como los personajes de los dos cuentos; nunca había logrado comunicarse con el padre de manera efectiva; dice “yo perdí el don del habla” aludiendo a su mala relación; no asumió a tiempo (quizá nunca) el problema existente, lo digo en el sentido de tomarlo seriamente para intentar resolverlo; tal es así que vemos, por su comentario a Milena, cómo niega importancia a la misma “Carta...” al punto de quitarle mérito a su contenido; en la “Carta...” refiere su estado de reclusión (“ante tu presencia yo siempre me recluía en mi cuarto”);  se pinta a sí mismo como un insecto que puede ser aplastado (“me aplastarías bajo tus pies”); recuerda cuán terrible era escucharlo a su padre decir “Te voy a matar como se mata una mosca” (o una cucaracha); hace patente su sujeción a la opinión del “otro” al decir “cuando emprendía algo que no te gustaba... vaticinabas el fracaso de mis proyectos y, tan profunda era mi veneración de tu opinión que yo... daba por hecho el fracaso”; muestra dependencia del “hacer de los otros” (“perdí la confianza en mi propia obra”); las palabras de su madre son un recuerdo confortante (“mamá recurría a la bondad, a la conversación amable”); comenta la indiferencia del padre a sus escritos (“tus rechazos más certeros se dirigían hacia mis escritos”); pero sobre esto también dice, y es una de las dos cosas que considero más relevantes (al final diré la segunda): “Siempre escribía acerca de ti. Escribía los lamentos que no podía llorar en tu regazo. Era nuestra despedida que yo prolongaba intencionalmente”.
Franz Kafka le confiesa a su padre: “siempre escribía acerca de ti...”; luego, pienso que ya tenemos la respuesta al enigma que titula a este trabajo: “¿Quién es el Gregorio Samsa de Franz Kafka?”.



Como quedó dicho, el resto de la obra abarca un período de “meses” hasta la muerte de Gregorio.
Más que tratar detalles del personaje, apunta a informarnos sobre el desenvolvimiento familiar; el cómo se enfrenta la nueva situación.
Samsa se lamentaba porque si bien él no lograba hacerse comprender por nadie, no hubo quien supusiera que él sí podía comprender a los otros. Quizá ello habría provocado otro tipo de desenlace.
Y alguien pudiera ver aquí cierta indiferencia o desinterés. Es cierto. Pero es un elemento más del relato que nos pinta el comportamiento de una época. Como bien señala el escritor Jorge Luis Borges en el prólogo, y me parece que eso apoya de algún modo lo que digo: “La opresión de la guerra está en esos libros”. Sabemos bien que el tratamiento familiar con cierta aceptación de planos de igualdad entre los miembros, mutuo respeto y ayuda, es algo más común a nuestra época y que aún no está instalado en todo el planeta, ni siquiera en todas las familias de una misma sociedad. No se trata por tanto, en el relato, de desinterés. Vimos y veremos que la situación es dolorosa para el resto no solo por ellos mismos sino por la impotencia que sienten.
Sí podemos hablar de una postura habitual a ese tiempo (sostenida por el no cuestionamiento a la estructura y al manejo de las relaciones familiares) que provoca una involuntaria desatención a la profundidad de los hechos, una falta de estimulo para ver más allá.
La “Carta al padre” de Franz Kafka es, de algún modo, un antecedente del planteo que la sociedad occidental en su conjunto realizará sobre la mayor parte de sus valores establecidos luego del fin de las guerras mundiales.
Allí, en la “Carta...” ese cuestionamiento se ve acompañado con una serie de argumentos que propenden a un vedado objetivo conciliatorio.

Continuemos, aunque no estimo necesario extender este estudio mucho más, con lo que sigue al momento en que “la puerta fue cerrada con el bastón”, con el aislamiento de Samsa y el inicio de una desgracia familiar.
Para mantenerse conectado con el exterior Gregorio toma por costumbre estar atento a las conversaciones. Así advierte que él es tema central. De ese modo, escucha el pedido de la criada rogando ser despedida y prometiendo mantener todo en secreto. Así sucederá.
La madre y la hermana se ocuparán de cocinar aunque, comida y bebida, ya no es algo importante en la casa;  todos se muestran inapetentes e incluso el padre se desinteresa ante el ofrecimiento de beber cerveza.
Entre las charlas escucha la vinculada a la forma de subsistencia que en adelante deberán llevar. Vivirán de los ahorros reservados por el padre; apenas útiles para un par de años. También se verán obligados a conseguir trabajos.
Todo es pesar fuera del cuarto de Samsa y también dentro donde él, sumido en profunda “pena y vergüenza” ante la situación, decide dejar de escuchar y se arrastra hasta la ventana para perder su mirada en el horizonte.
En esta actitud descubre un nuevo y dramático cambio: su vista pierde claridad.
La hermana ingresará diariamente en el cuarto. La madre querrá hacerlo pero será persuadida en contrario por ésta y por el padre.
Más tarde, descubriendo que Gregorio utiliza paredes y techos para desplazarse, Grete se inclina a pensar que es necesario despojar la habitación de muebles para facilitarle los movimientos, además de ser innecesaria la presencia de los mismos para él. Le requerirá ayuda a la madre que asentirá con alegría. 
Durante la ausencia del padre, ambas mujeres ingresarán al cuarto.
Gregorio, que tras horas de esfuerzo dispuso una sábana que lo cubre por completo y que evita ser expuesto a la mirada de sus visitantes, está feliz aunque no vea a su madre, con solo saber de su presencia.
Sin embargo esta determinación de la hermana tendrá un final inesperado. A poco de iniciar la tarea, ambas mujeres expondrán una diferencia de criterios sobre los muebles. Para la hermana sacarlos dará mayor holgura para el desplazamiento de él, recalcando además que de nada le sirven; la madre sentirá que vaciar el cuarto es un equivalente a considerar a Gregorio como algo definitivamente separado de lo humano.
Las palabras que Kafka pone en boca de la madre me recuerdan su “mamá recurría a la bondad” que comenta en su “Carta al padre”; la hace decir: “¿No parecería entonces que, al retirar los muebles, indicáramos que renunciamos a toda esperanza de mejoría y que lo abandonamos... a su suerte?”.
Samsa, al oír este argumento asiente. Realmente, él mismo, sin ese cambio en su cuarto, ya había comenzado a olvidarse de su condición humana.
Pero la voluntad de la hermana se impondrá y las mujeres continuarán con la tarea.
En esto, desesperado, buscando aferrarse a algo que lo ligue a lo humano, se abraza a un cuadro en la pared.
Al volver la hermana lo ve,  procura impedir que entre la madre pero no lo logra. Ésta, tras un “¡Ay Dios mío!”, se desvanece al contemplar a su hijo transformado en una mancha negra sobre la pared.
Será la primera vez, desde la metamorfosis, que su hermana le dirija la palabra. Y será para amenazarlo: “¡Ojo, Gregorio!”.
Ella saldrá del cuarto en busca de medicamentos, él la seguirá provocando que se asuste al verlo y se le caiga un frasco. Con el pie Grete cerrará la puerta del cuarto de Gregorio. Todo quedará en silencio y él se llenará de remordimiento y de nerviosismo.
A poco llega el padre que advierte en el rostro de Grete que algo malo pasó. Ella contará el desmayo de la madre, su mejoría y que Gregorio se escapó de su cuarto.
No habrá por parte de la hermana otra cosa más que una catarata de palabras que no serán una adecuada referencia de lo acontecido; tampoco el padre efectuará una indagación que busque esclarecer lo que realmente ocurrió.
Así las cosas, el padre terminará por empujar a Gregorio hacia su cuarto valiéndose de manzanas a modo de proyectiles. Un golpe certero dará contra su cuerpo, clavándose en él. Samsa, presa de un intolerable dolor, se desvanece levemente. Con la vista nublada verá como su madre se abraza a su padre rogándole que perdone la vida a su hijo.
La herida tarda un mes en reponerse y a modo de compensación (¿remordimiento?) todas las tardes se abrirá la puerta del comedor para que, desde la sombra, sin ser visto por los demás, pueda ver a su familia en derredor de la mesa.
De todos modos esa manzana se pudrirá sobre su lomo, nadie se la sacará, y será la responsable de que pierda libertad de movimientos. La tendrá sobre sí cuando haya muerto.
Con el tiempo, Gregorio dejará de comer y una noche, luego de otro tristísimo episodio, sentirá que ha llegado la hora de desaparecer.
Poco después de que el reloj de la iglesia marque las tres de la madrugada, expirará.

Antes de finalizar quiero remarcar dos breves fragmentos de “La metamorfosis” en los que advierto que Franz Kafka habla, indudablemente, de sí mismo bajo la envoltura de Gregorio Samsa.
En alusión a su propio padre: “...ya sabía, desde el primer día de su nueva vida, que al padre la mayor severidad le parecía poco con respecto al hijo”.
Teniendo presente su propio mal, la tuberculosis: “Bien es verdad que tampoco en su estado anterior (humano) podía confiar mucho en sus pulmones
Me preguntaba yo a mitad de este ensayo: “la muerte de Kafka ¿Estará de algún modo preanunciada por su propio puño y letra?, ¿Será una especial forma de suicidio?”. También el “¿Por qué... dedica mayor espacio a la descripción en detalle de las primeras horas?”.
Desde luego, no puedo presumir de tener la respuesta correcta. Pero me permito, una vez más, expresar otra sospecha o, más  bien, una inferencia.
Recuerdo un párrafo de su “Carta al padre” donde menciona cierta actitud de su progenitor para con un empleado; dice: “tu manera de hablar de aquel empleado tuberculoso: ¡Ojalá que ese perro enfermo reviente de una vez por todas!”.
Kafka, a sabiendas de su propia enfermedad, la tuberculosis, debe haber recordado muchas veces ese horrible comentario. Se habrá sentido como un perro para su padre; recordemos la escena en la que narra que a Gregorio Samsa le abren la puerta del comedor para que, desde la distancia, pueda observar a su familia en la mesa; eso remeda cierta imagen propia para un perro más que para un insecto.
Con un padre con el que siempre mantuvo una relación tormentosa; sintiendo a su progenitor por encima suyo; que sería aplastado bajo sus pies; que era como ese “perro enfermo” de tuberculosis; Kafka solo necesita hablar de cómo se inició el mal de Gregorio que no es otra cosa que hablar, encubiertamente, de su propia metamorfosis.
El final no podía guardar ninguna sorpresa.
Irremediablemente Kafka comprendió, mucho antes de escribir la carta a su padre que, como el empleado, como un perro, como una mosca, como un insecto, su destino inequívoco, “la condena” que, según supuso, su propio padre había fijado para él era: “reventar de una vez por todas”. 

Daniel  Adrián  Madeiro

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